Actualmente nos enfrentamos a una crisis causada por la escasez de agua dulce disponible en el planeta, lo que se conoce como crisis hídrica. Los cambios en las condiciones climáticas y la sobreexplotación de este recurso vital han generado una emergencia global que debemos atender. Es tal la problemática, que la Organización Mundial de la Salud estima que para el 2025, la mitad de la población podría vivir en zonas con estrés hídrico, lo que incrementa el riesgo de conflicto social y económico.
Alrededor del mundo, el 70% del agua dulce disponible se usa por la agricultura; del 30% restante, el 20% se usa en la industria (principalmente en procesos de enfriamiento) y únicamente el 10% para consumo humano y saneamiento. La alta demanda de agua ha generado que 21 de 37 acuíferos alrededor del mundo estén disminuyendo en volumen a un paso alarmante.
Esta crisis global pone en riesgo la salud humana y la seguridad alimentaria. La población está incrementando a tal paso que se estima que para el 2035, la producción de alimentos deberá crecer en un 69% para satisfacer sus necesidades. Esto, aunado a que la crisis climática está afectando el rendimiento de cultivos, significa que la demanda por el agua seguirá en aumento, afectando la disponibilidad del recurso para las personas más vulnerables.
Por otro lado, la falta de agua está directamente relacionada con enfermedades gastrointestinales y respiratorias; actualmente, mueren 700 niños al día de diarrea por falta de agua limpia. Es por esto que la crisis hídrica, al igual que la crisis climática, debe abordarse desde una perspectiva tanto ambiental como de ética, y se necesitará una distribución más justa del recurso, así como innovaciones para disminuir su desperdicio y uso desmedido.
Los problemas ambientales que estamos viviendo interactúan y se exponencían los unos a los otros. La crisis climática afecta la calidad y disponibilidad de agua potable en el mundo, a través de sequías más frecuentes, tormentas e inundaciones más intensas que contaminan los suministros de agua potable, y el derretimiento de los glaciares.
Los glaciares y el hielo polar son ecosistemas muy importantes para la regulación de la temperatura ya que, al ser blancos, reflejan gran parte de la luz solar al espacio y mantienen a una temperatura adecuada la Tierra (esto se conoce como efecto albedo). Pero debido al aumento de la temperatura global, los glaciares se están reduciendo y menos energía se refleja en el espacio, causando que el planeta se caliente más rápido. Asimismo, el agua que estaba congelada vuelve a ser parte del ciclo del agua, ocasionando que se genere más vapor de agua (un gas de efecto invernadero que encierra calor en la Tierra), y que entre más agua a los océanos, contribuyendo al aumento del nivel del mar y afectando la cantidad de agua que fluye por ríos.
La escasez de agua es un claro ejemplo de cómo las consecuencias del cambio climático (tormentas, huracanes y sequías) pueden afectar la disponibilidad del agua, dejando sin agua a millones de personas. ¿Lo más problemático? Es que los más afectados por las consecuencias del cambio climático y la crisis hídrica son aquellos que viven en países menos desarrollados, zonas marginadas y en condiciones de pobreza. Además, aquellos más afectados tienden a ser los que tienen las huellas de carbono más bajas y quienes menos han contribuido a causar la problemática.
Hoy, más de 10 millones de mexicanos no cuentan con acceso al agua potable, y hay probabilidad de que la Ciudad de México se quede sin agua para el 2030 debido a la falta de infraestructura y mantenimiento, la falta de tratamiento de agua, el crecimiento de la población y los efectos del cambio climático.
Necesitamos seguir innovando en nuestra gestión del agua. Además cada quien podemos poner de nuestra parte para llevar estilos de vida más sostenibles y conscientes para asegurar la disponibilidad de agua para todos.
Fuentes: Stanford University, UNICEF, IGRAC, WWF
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